lunes, 29 de junio de 2015

Conócete con Pole Dance

     En pleno apogeo de la preocupación por el físico, mi anfitriona María Fallas llegó desde su país natal, Inglaterra, e invadida por un entorno de serenidad junto a sus ganas de innovar, instala en el corazón de Alicante lo que pronto se convertiría en el “deporte” más divertido hasta la fecha: el Pole Dance.

     Hasta ahora, visto como un acto erótico, despectivo hacia la intimidad de la mujer, lo que el público desconoce es su pionera labor como artífice de un disfrute totalmente contradictorio: Pole Dance no era simplemente una chica desnuda ante multitud de varones hipnotizados, sino un vasto proyecto físico-mental, que tenía como objetivo desplazar la visión errónea de uno mismo, proponiendo frente a esta una nueva mirada real mediante la práctica de este deporte. Esta podría ser la divisa del Pole Dance: si quieres cambiar-modificar tu físico, modifica tu mente. De la misma manera que la sociedad insultó esta práctica sobre la barra, el Pole Dance confía en ella de forma tergiversada, ante la creación de un hombre/mujer seguro de sí mismo.

     De esta manera nos adentramos en el entorno Pole Dance: un Disneyland para hombres y mujeres hecho de metal, barras y barras y, un elemento que dota de cierto poder que crea terror… El espejo. Permanecer frente a él crea incomodidad, frustración ante la práctica del baile. Este complejo, mezcla inspirada en los utópicos sexuales Strip Clubs, más el mundo fitness de un gimnasio, funciona en cierto modo de una manera caótica, errónea.


     El archipiélago Pole, tratándose en este caso del salón de María, sirve de laboratorio para poner a prueba la capacidad de aceptación, del propio ego de uno mismo. Desde el miedo ante un espejo, hasta un completo conocimiento de autopercepción, cuyo medio de producción es el baile en barra, donde la arquitectura funciona como un escenario en el que se teatraliza la aceptación humana.


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